El mito de Orfeo y Eurídice es uno de los mitos griegos sobre el amor más representado en el arte, en pintura, escultura incluso en la música.
Orfeo nació en Tracia, era hijo de la musa Calíope, la musa de la poesía y Apolo, dios de las artes, con semejantes padres Orfeo destacó desde muy pequeño como poeta.
Su padre le regaló una lira, a la que añadió dos cuerdas más, formando la primera cítara, en honor a las nueve musas de Apolo dios sol, era tan grande su arte que era capaz de sosegar a los animales.
Los hombres cuando le escuchaban ablandaban sus corazones y se decía que hasta las rocas y los árboles se movían para escuchar el arte de Orfeo.
Orfeo y los argonautas
El vate Orfeo participó activamente acompañando a Jasón en la búsqueda del vellocino de oro, pues en las peligrosas tormentas que tuvieron que sortear en sus viajes marcaba con su música el ritmo a los remeros.
Cuando la expedición pasó por la isla de las sirenas, apagó el canto embriagador de las sirenas con su música, la música de Orfeo fue lo que salvó a la tripulación.
Las sirenas se decía, eran hijas de las musas, con su belleza y su arte para el canto, eran temidas por los navegantes, sólo Orfeo y Odiseo con diferentes tretas, lograron salir indemnes en su encuentro.
Orfeo se enamora de Eurídice
Después de la expedición, el joven juglar conoció a la ninfa Eurídice y el amor surgió entre ambos. El día de su boda la música no paró de sonar durante la ceremonia.
Eurídice era una ninfa Auloníade, una ninfa benefactora de los valles, formaba parte del séquito del dios Pan, poseía una belleza excepcional.
Durante uno de los numerosos bailes, una enorme serpiente mordió en el talón a Eurídice y así, en la noche de bodas la bella Eurídice murió.
El marido lamentándose, llevó a la tumba a su esposa, tocando melodías afligidas y conmoviendo a todos los que le seguían, era tan triste la melodía que incluso los árboles lloraban.
Se dice que ese día hasta los dioses en el Olimpo sintieron la tristeza de la música del habilidoso Orfeo, el tiempo se detuvo, pues hasta la mismísima Gea, madre de todo, llegó a percibir el desazón.
Cuando los asistentes se marcharon, Orfeo que seguía tocando la lira, decidió que la vida sería oscura como la muerte sin su Eurídice, por lo que se armó de valor y decidió ir a buscarla al inframundo.
El descenso de Orfeo al inframundo
Así pues, el joven héroe fue en busca de su amada, dónde ningún ser vivo podía entrar hasta el día de su propia muerte. Con su lira en mano y una entereza digna del hijo de un dios.
En la entrada al reino de Hades, en la laguna Estigia, el barquero Caronte se negó a llevar a Orfeo, pues los vivos tenían la entrada prohibida.
Orfeo comenzó a tañer la lira y Caronte quedó hechizado, por lo que accedió a transportarlo, las almas que había en la barca olvidaron la pena de su muerte.
Una vez en el otro lado, le aguardaba el guardián de las puertas del Inframundo el can Cerbero, el joven con las notas de su lira consiguió que el terrible guardián le abriera las puertas.
Después de eso el terrible Cerbero quedó plácidamente dormido.
Los tormentos del inframundo
Una vez dentro del inframundo, Orfeo pensó que tocando la lira podría mitigar las horribles imágenes que contemplaba en el Tártaro.
Vio a las hijas de Danao, cumpliendo el castigo por su crimen, cuando oyeron la música del vate, descansaron por primera vez de la tarea.
Con su música, consiguió mitigar el dolor de Tántalo, condenado a sufrir una sed abrasadora en un lago cuyas aguas desaparecían cuando acercaba los labios.
Sísifo condenado por una vida llena de maldades, alivió parte su de sufrimiento con la música de Orfeo.
Fue así como por primera vez un mortal se convirtió en leyenda, ya que hizo detenerse por primera y única vez, los tormentos del inframundo.
Jamás en la historía del inframundo, un mortal valiéndose únicamente de su arte había podido llegar tan lejos en el reino de Hades.
Los señores del Inframundo y Orfeo
Era tal la convicción del héroe que por fin llegó delante de Hades y Perséfone, señor y señora del inframundo, junto con su lira y su música.
— Permitid poderosos señores, que regrese mi único amor, que murió demasiado pronto, si no puede ser, aceptar dos víctimas en lugar de una, pues no volveré al mundo de la luz sin mi amada— dijo Orfeo.
Hades, jamás accedería a la petición de un joven mortal, pero su esposa Perséfone susurró una palabras apenadas al oído de su consorte.
Todo el Hades contuvo la respiración para oír la voz de su señor.
— Así sea, regresa a tu mundo y así Eurídice te seguirá como tu sombra, pero no te pares, no hables y no te vuelvas hacia atrás o no verás el rostro de tu amada otra vez— respondió Hades.
El regreso hacia la luz
Haciendo una reverencia, Orfeo dio la espalda al trono de la muerte, con su lira en mano, a través de la oscuridad fría marchó la joven pareja hacía la tenue luz que marcaba la puerta del Hades.
Orfeo una y otra vez debía contenerse en mirar a su amada y se concentraba en su música, era incapaz de oír nada, pues solo pensaba en su Eurídice.
Después de esquivar los tormentos del inframundo y antes de cruzar las puertas del Tártaro, la impaciencia nubló su mente, desobedeció a Hades y se giró hacía su esposa.
— Eurídice — Gritó y cuando fue a abrazarla, la sombra de Eurídice se fundió con la oscuridad y el alma de su esposa regresó su frío lugar.
La muerte de Orfeo
Mucho tiempo pasó antes de que Orfeo volviese a caminar, pues la pena y la culpa le privaron de toda fuerza, al final se levantó y se dirigió hacía el mundo de los hombres.
Con el corazón roto, Orfeo dejó de comer, únicamente pasaba los días tocando su música, evitando toda alegría.
No miraba a la cara a ninguna mujer y encontró refugio en el bosque de Tracia, su tierra natal, en compañía de los animales salvajes.
Un día como cualquier otro, Orfeo atendiendo a su arte, escuchó un estruendo provocado por un grupo de mujeres enloquecidas que se dirigían hacía el.
Eran las ménades de Dionisio, que en uno de sus arrebatos de locura, mataron y despedazaron al pobre trovador, del que sólo quedó su cabeza y rompieron su lira.
Apolo su padre, enterró la cabeza en cerca del monte Olimpo, su tumba estuvo siempre acompañada por el canto de los ruiseñores.
El dios del vino Dionisio, como castigo a las ménades, las transformó en árboles alrededor de la tumba del vate.
Zeus por su parte, colocó la lira de Orfeo en el cielo formando una constelación.
Así termina el mito de Orfeo hijo de un dios, que dio su vida para buscar a su amada, una de las leyendas más bonitas en la mitología griega, aunque de triste final.