El mito de Admeto y su mujer Alcestis es una hermosa historia sobre el amor, el perdón y el respeto. Admeto fue el rey de la ciudad de Feras en Tesalia, por encima de todo respetaba la hospitalidad y la justicia.
Admeto se enamoró de la princesa Alcestis, hija del rey Pelias, pero su padre sólo entregaría a su hija a aquel que pudiese llevar un carro tirado por leones y jabalíes.
Aquello fue un duro golpe para Admeto que imploró el favor del dios Apolo que conmovido por el honor de Admeto, ató a un carro a los feroces animales y así Admeto pudo obtener la mano de Alcestis.
La hermosa Alcestes
La joven Alcestis quedó sorprendida por la hazaña, pero aún más por la admiración de su marido, pues el sentido de la justicia de Admeto no tenía igual, era un hombre piadoso y justo.
Con el tiempo la pareja fue muy feliz y tuvieron tres hijos, su reinado fue la envidia del resto de ciudades. Feras se convirtió en una prospera ciudad famosa por sus leyes y por sus anfitriones.
Cuando Apolo fue desterrado del Olimpo por Zeus y castigado a servir a un mortal durante nueve años, Apolo fue enviado a Feras, sirvió durante nueve años como pastor a Admeto.
El dios quedó impresionado por su anfitrión y por su visión de la justicia, pues Apolo era el dios de la armonía, el orden y la razón.
El regalo de Apolo
Pasados los nueve años del castigo, Apolo quedó libre de su penitencia, en agradecimiento al trato que recibió de Admeto le hizo dos regalos, el primero de ellos fue que todas sus vacas parieran terneros gemelos.
Como segundo Apolo le regaló un favor del destino, uno que nunca había otorgado a nadie, cuando llegase la hora de su muerte, Apolo le concedería vivir si hubiese alguien que ocupase por amor su lugar.
Para ello el dios Apolo convenció a las moiras y estas accedieron. Admeto agradeció al dios su regalo, se alegró mucho pues sabía que llegado el día, habría algún anciano que gustoso ocuparía su lugar.
La llegada del destino, el dios de la muerte Tánatos
Llegó el día dictaminado por las moiras de la muerte de Admeto, por lo que el rey buscó a algún voluntario para ocupar su lugar, pero en toda la ciudad no encontró a nadie, todos se lamentaban y se apenaban, pero nada más.
Sus ancianos padres, le dijeron que preferían vivir los pocos años que les quedaban de vida, el triste rey quedó solo para afrontar tan aciago destino.
Pero antes de que el dios Tánatos cumpliese con su cometido, la noble reina Alcestis, su hermosa mujer y madre de sus hijos, se ofreció voluntaria para ocupar su puesto.
Alcestes se lavó y se vistió con su mejor traje, para vivir el último día que vería la luz, con el corazón roto, se abrazó a sus apenados hijos, de despidió de sus sirvientes y ya para terminar se dirigió a Admeto:
— Amo más tu vida que la mía y muero de buena gana, solo una cosa te pido, no abandones a nuestros hijos a los antojos de una segunda esposa, porque una serpiente puede ser más amable que una madrastra—
El lloroso rey prometió que tanto en vida como en la muerte Alcestis sería su única esposa y así con esa promesa Alcestis murió.
La visita inesperada del gran héroe
Todo el palacio se dispuso a preparar los ritos funerarios, pero llegó un huésped a Feras, el poderoso Heracles, el hijo de Zeus, ocupado en una de sus misiones.
Heracles descubrió la pena y el dolor que reinaban en el palacio de Admeto y decidió marcharse, pero el rey haciendo gala de su hospitalidad, disimuló el dolor de la muerte de su esposa.
Le dijo el gran héroe que la mujer muerta era una extranjera y así Heracles fue llevado a los aposentos de invitados, después de lavarse y comer algo, el héroe se animo con el vino y empezó a cantar y bailar.
Fue entonces cuando un sirviente le llamó la atención por el ruido y su bochornoso comportamiento, ya que la reina acababa de ser enterrada.
El regalo de Heracles a Admeto
Arrepentido y dándose cuenta de la generosidad de su anfitrión, Heracles, Hércules para los romanos, se marchó con firme decisión y no regresó hasta el día siguiente.
Por su parte Admeto, apenado por la muerte de su esposa, comprendió que se había equivocado y que nadie debería haber muerto por él y mucho menos su hermosa esposa.
Así lo encontró Heracles a su vuelta, venía acompañado de una figura cubierta por un velo y se dirigió a Admeto:
— Oh, gran rey, no estuvo bien que no me dijeras que tu mujer había muerto, aquí está la rectificación por mi comportamiento de ayer, te traigo una mujer a la que conseguí tras una dura lucha— dijo Heracles.
— Llévatela para otro, noble Heracles, no podría soportar otra mujer que no fuera Alcestes, pues fue la promesa que le hice a mi hermosa esposa antes de morir— contestó Admeto.
— Seca esas lagrimas buen rey, destierra la pena, pues todavía hay motivos para la alegría y mira a quién te traigo— dijo Heracles. Cuando el héroe descubrió el velo de la mujer para ver su rostro, Admeto lo comprendió.
Era Alcestis, su esposa, Heracles se había adentrado en el inframundo para devolver a su esposa junto a su marido. Tres días permaneció tumbada sin hablar conmocionada por lo que vio en el reino de Hades.
Al tercer día se levanto y hablo y la vida volvió y la alegría volvieron a la casa de Admeto. Y así concluye el mito de Admeto y Alcestes, el rey de tan afortunados regalos.